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extensión del camino y del terreno una inmensa llanura que se deslizaba vertiginosamente
bajo él. En ella movíase Estrella Negra como una mancha borrosa. Su jinete, Jerry Card,
semejaba tan sólo un punto. Y Camorra corría... corría... infatigablemente. Anublábasele a
Venters más y más la vista a causa del huracán que producía la carrera y de la hirviente
espuma que le saltaba de vez en cuando a los ojos. Sin embargo, vio de pronto que Estrella
Negra estaba sin jinete y, aparentemente, a punto de caer. Venters frenó a Camorra, hacién-
dolo pasar de la carrera al galope, del galope al medio galope, de éste al trote, del trote al
paso, y, por fin, detuvo al gigantesco corcel.
Venters echó una mirada atrás. Estrella Negra seguía en el camino sin jinete. Jerry
Card había huído hacia la pradera. Desde lejos veíase llegar dócilmente a Africano,
avanzando al trote. El joven se apeó mareado, tambaleándose a causa de la vertiginosa
carrera. Pronto recobró el dominio sobre sí y le dedicó su atención a Camorra. Le quitó la
silla y la brida. El corcel sudaba, jadeante, dando pesados resoplidos, pero manteníase firme
sobre las patas, y Venters nada temió por él.
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Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
Cuando se aproximó corriendo a Estrella Negra, vio que el caballo se dirigía
tambaleándose hacia la pradera; donde se dejó caer pesadamente. Al llegar a su lado, el joven
le quitó la silla y la brida, creyendo que se habría reventado en la carrera. Ninguna esperanza
tenía de que el caballo pudiera salvarse. Yacía allí cubierto de roja espuma y sudor, con la
boca abierta, la lengua fuera, los ojos casi vidriosos y sufriendo violentas convulsiones.
Incapaz de resistir el espectáculo de la agonía del caballo favorito de Juana, Venters
corrió hacia el camino para reunirse con Africano, que seguía avanzando al trote. Escudriñó
en todas partes por si vislumbraba a Jerry Card. Imaginábase que el jinete se mantendría a
prudente distancia del rifle, pero como sin caballo estaría perdido en la pradera, tal vez
trataría de recobrar uno de los dos corceles negros. Africano llegó trotando lleno de sudor,
cansado, pero no reventado. Le quitó la silla y la brida y lo llevó junto a los otros dos
caballos. Africano se tumbó v se revolcó en el suelo.
Venters sentóse para reflexionar. Fuere cual fuese el riesgo que corría, era preciso
permanecer en aquel lugar o en su vecindad durante la noche. Los caballos debían descansar
y abrevarse. Era preciso encontrar agua. Hallábase en aquel sitio a unas setenta millas de
Cottonwoods y, así lo creía, cerca del cañón donde el camino del ganado descendería hacia el
Desfiladero. Al cabo de un rato se levantó y oteó el paraje.
Estaba muy cerca del escarpado borde de un profundo cañón, hacia el cual se dirigía
el camino. El terreno formaba varios lomos divididos por cauces secos, que formaban
pendiente hacia el fondo del cañón... Siguiendo el borde de éste, vio donde el borde quedaba
interrumpido por otros cañones laterales y, más abajo, muros rojos y riscos amarillos que
llegaban hasta una profunda y oscura abertura, que barruntó sería el verdadero Desfiladero de
la Decepción. Escaló un cercano promontorio v vio por donde bajaba el camino. El descenso
era gradual, a lo largo de una pared roqueña, y el joven comprendió que aquél era el camino
por el cual metía Oldring el ganado en el Desfiladero. Sin embargo, no había indicio alguno
de que hubiese pasado nunca ganado por aquel lugar. Oldring tenía muchos agujeros en su
madriguera.
Buscando en los huecos roqueños, tuvo la suerte de hallar agua. Sentóse al lado de
uno de ellos y comió un poco de pan y carne, esperando que transcurriera el tiempo necesario
para poder dar de beber a los caballos. Por la posición del sol, juzgaba que en aquel momento
debía de ser mediodía. Camorra y Africano seguían tumbados en el suelo, descansando.
Mientras estuvieron echados no quería el joven hacer nada, porque cuanto más tiempo
descansasen, menos peligro había en darles de beber.
Poco a poco se animó para ir al sitio donde había dejado a Estrella Negra. Suponía
que lo encontraría muerto, mas no fue así; al contrario, el corcel había recobrado
parcialmente su vigor. En sus ojos brilló la llama del reconocimiento y Venters sintió una
gran alegría. Se sentó a su lado durante largo rato y al fin tuvo la dicha de verlo levantarse
dando resoplidos en demanda de agua. Rápidamente se dirigió Venters a una de las charcas y
llenó el sombrero de agua, dando de beber al rendido caballo. Estrella Negra tragó el agua de
un sorbo y pidió más con renovados resoplidos. Venters llevó, sin embargo, primero a
Africano al hueco donde encontró el agua, y a Estrella Negra, después de transcurrir media
hora. Abrevados, los dos corceles negros empezaron a pacer.
Camorra habíase marchado hacia la pradera que había entre el cañón y el camino, y
una o dos veces desapareció en sitios pantanosos. Por fin le pareció a Venters que Camorra
había comido y bebido bastante, por lo que cogió el lazo y se fue a cazarlo. A pesar de los
esfuerzos que hacía no logró llegar a distancia conveniente del caballo gigante, y al cabo de
una hora cesó en su empeño, muy disgustado. Volvió al lado de los otros dos, esperando que
Camorra se reuniría con ellos cuando se cansase de correr. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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