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Los dos hombres que había dentro lanzaron gritos de sorpresa, luego maldijeron e
hicieron varios movimientos rápidos y ruidosos. Se acercaron juntos a examinar la puerta,
y se preguntaron el uno al otro qué habría sido lo que la había hecho pudrirse de aquel
modo.
Cuando me arrojé contra la puerta, estaban justo donde deseaba que estuviesen. La
puerta los derribó al suelo antes de que pudieran alzar sus rifles. Aguijoneé primero a uno,
luego al otro, con un latigazo de cada uno de mis brazos sensoriales. Ambos quedaron
inconscientes. Y sólo pudo haber sido un simple reflejo lo que hizo que uno de ellos
disparase su arma.
La bala rebotó en una pared de roca y se aplastó contra otra.
Y, de repente, por todas partes se oyeron voces.
Jesusa estaba tan cerca..., pero no había tiempo.
Salí por la puerta abierta, pensando en desaparecer por un rato, para volverlo a intentar
más tarde.
En el exterior había un bosque de largos rifles de madera y metal. La gente había
saltado de sus camas a la calle, algunos de ellos aún desnudos, pero todos armados.
Volví a entrar de un salto y cerré de un empellón la pesada puerta, mientras la gente
disparaba contra ella. Agarré el travesaño, lo puse en ángulo contra el suelo, y lo forcé a
patadas a atrancar la puerta. No serviría de mucho contra sus rifles y sus cuerpos, pero
me daría algo de tiempo.
¿Qué hacer? Me matarían antes de que pudiese hablar. Me matarían en cuanto
llegasen a mí. Y, si iba al lugar donde estaba confinada Jesusa, quizá también la matasen
a ella.
Agarré a los dos guardias y les hice despertarse. Los puse en pie, les obligué a
ponerse uno a cada lado de mi cuerpo y a respirar lo que pudiesen de mí.
Al principio se debatieron un poco, luego enrosqué mis brazos sensoriales a su
alrededor y les inyecté la sustancia ooloi. Tenía que acallarlos antes de que la puerta
cediese.
 Salvad vuestras vidas  les dije con voz queda . No dejéis que vuestra propia gente
os dispare. ¡Haced que os escuchen!
Y, en ese momento, la puerta cedió.
La gente entró como una marea en la sala, dispuesta a disparar. Mantuve a los dos
centinelas frente a mí, agarrándolos con sólo mis manos de fuerza visibles. Cuanto menos
alienígena pareciese ahora, más probable sería que siguiese con vida algunos momentos
más.
 ¡No nos disparéis!  gritó el guardián que tenía bajo mi mano derecha.
 ¡No disparéis!  le hizo eco el otro . ¡No nos está haciendo daño!
 ¡Es un alienígena!  gritó alguien.
 ¡Un oankali!
 ¡Cuatro brazos!
 ¡Matadlo!
 ¡No!  aullaron al mismo tiempo mis prisioneros.
 ¡Puede asesinar a la gente con su aguijón! ¡Matémoslo!
 No hay necesidad de matarme  les dije. Conscientemente, traté de sonar del modo
en que lo hacía Nikanj cuando quería asustar y hacer cooperar al mismo tiempo a los
humanos . No quiero haceros daño, pero, si me disparáis, puedo perder el control y
matar a varios de vosotros antes de morir.
Silencio.
 No os quiero hacer ningún daño.
De nuevo el insulto y, evidentemente, era un insulto grave:
 ¡Cuatro brazos!
Y, otro:
 ¡Echan veneno, como las serpientes!
 No he venido a envenenar a nadie  les dije . No deseo mal a nadie.
 ¿Y qué es lo que buscas aquí?  preguntó uno de ellos.
Dudé, y alguien contestó por mí:
 ¿Es que no está claro lo que busca esa cosa? ¡A los prisioneros..., ha venido a por
ellos!
 He venido a por ellos  acepté, con voz suave.
La gente empezó a parecer insegura. Les estaba haciendo vacilar..., probablemente
más con mi aroma que con nada de lo que les estaba diciendo. Lo único que tenía que
hacer era mantenerlos allí durante algo más de tiempo, y quizá ellos mismos fueran a
buscar a Jesusa y Tomás para traérmelos. Probablemente, si se lo pedía, los dos que
tenía entre las manos ya estarían dispuestos a hacerlo. Pero aún los necesitaba donde
estaban..., por algún tiempo más.
 Si me matáis  les dije , mi gente lo descubrirá. Y aquellos que me disparen nunca
más volverán a ser libres ni a vivir en un planeta. Preguntádselo a vuestros ancianos...,
ellos se acuerdan.
La gente empezó a mirarse entre sí, dubitativa. Algunos bajaron sus armas y se
quedaron sin saber qué hacer. Los humanos siempre habían tenido el miedo de que
pudiésemos leerles el pensamiento. Sin duda era por eso por lo que sentían pavor a que
nadie de su pueblo descendiese a las tierras bajas. La mayoría de ellos jamás lograría
entender que lo que realmente leíamos, por dentro y por fuera, era sus cuerpos. Y, si nos [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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