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sospecharn ningn pecado ms serio. En el peor de los casos, el mayor castigo que
pueden aplicarte es la prdida de unos pocos das de paga y unas cuantas horas de
contribución. Recuerda siempre esto, John: si alguna vez eres sospechoso de algo,
intenta hacer que las pruebas apunten hacia un delito leve. Nunca intentes probar que
eres inocente. Siendo como es la naturaleza humana, tendrs mayores posibilidades.
Supongo que Zeb tena razón; mis bolsillos debieron ser registrados y las pruebas
fotografiadas inmediatamente despus de cambiarme el uniforme para el desfile, pues
media hora ms tarde fui llamado a la oficina del Oficial Ejecutivo. Me pidió que
mantuviera los ojos abiertos en busca de seales de juego entre los oficiales ms
jóvenes. Era un pecado, dijo, que odiaba, y no quera que sus oficiales ms modernos
cayeran en l. Me dio una palmada en el hombro al irme.
- T eres un buen chico, John Lyle. Es un buen consejo que te doy, eh?
Zeb y yo realizamos la guardia de aquella noche en el portal sur del Palacio. Haba
transcurrido ya media guardia sin la menor seal de Judith, y yo estaba tan nervioso como
un gato en una casa extraa, pese a que Zeb intentaba tenerme callado mantenindome
dentro de lo ms estricto de la rutina. Al final se oyó un suave rumor de pisadas en el
corredor interior, y una sombra apareció en el umbral. Zebadiah me hizo seas de que me
quedara en mi puesto y fue a hacer una comprobación. Regresó casi inmediatamente y
me indicó con un gesto que me reuniera con l, mientras apoyaba un dedo sobre sus
labios. Temblando, me acerqu. No era Judith, sino una mujer desconocida que
aguardaba en la oscuridad. Empec a hablar, pero Zeb apoyó su mano sobre mi boca.
La mujer me tomó del brazo y me apremió hacia el corredor. Mir hacia atrs y vi a Zeb
silueteado en el portal, cubriendo nuestra retaguardia. Mi gua hizo una pausa y me
empujó hacia una oscura alcoba, luego sacó de entre los pliegues de sus ropas un
pequeo objeto que tom por un rastreador de campo, debido al pequeo dial que brillaba
dbilmente en uno de sus lados. Lo hizo girar arriba y abajo y en redondo, lo apagó y se
lo volvió a guardar.
- Ahora podis hablar - dijo suavemente -. Es seguro. - Desapareció.
Sent un ligero toque en mi manga.
- Judith? - susurr.
- S - respondió, en voz tan baja que apenas pude orla.
Luego mis brazos estuvieron rodendola. Ella emitió un pequeo grito sobresaltado,
luego sus propios brazos rodearon mi cuello y pude sentir su aliento contra mi rostro. Nos
besamos torpemente pero con un furor casi desesperado.
No hablamos de nuestras cosas, aunque no podra dar una relación coherente de lo
que nos dijimos aunque lo intentara. Llamen a nuestro comportamiento idioteces
romnticas, llmenlo amor pueril ribeteado de ignorancia y falta de naturalidad en
nuestras vidas... acaso los cachorros sufren menos que los perros ya adultos? Llmenlo
como quieran y ranse de ello, pero en aquel momento estbamos absortos en una locura
tan querida que era ms preciosa que los rubes y el oro fino, ms deseada que la propia
cordura. Si no lo han experimentado nunca ni saben de qu estoy hablando, lo lamento
por ustedes.
Finalmente nos tranquilizamos un tanto y hablamos ms razonablemente. Cuando ella
intentó contarme acerca de la noche en que fue elegida se echó a llorar. La sacud y dije:
- No sigas, querida. No tienes que contarme nada. Lo s todo.
Tragó saliva y dijo:
- Pero t no sabes. No puedes saber. Yo... l...
La sacud de nuevo.
- Para. Deja ya de llorar. No ms lgrimas. Lo s todo, con exactitud. Y s tambin lo
que te espera... a menos que consigamos sacarte de aqu. De modo que no hay tiempo
para lgrimas o nervios; tenemos que hacer planes.
Permaneció absolutamente silenciosa por un largo momento, luego dijo lentamente:
- Quieres decir... desertar? Ya haba pensado en ello. Dios misericordioso, cómo he
llegado a pensarlo! Pero cómo puedo?
- No lo s... todava. Pero ya buscaremos un camino. Debemos hacerlo. - Discutimos
las posibilidades. Canad estaba apenas a quinientos kilómetros de distancia, y ella
conoca la parte alta del estado de Nueva York; de hecho, era la nica zona que conoca.
Pero su frontera era la ms celosamente guardada de todas, con barcos patrulla y
bateras de radar martimo y alambradas de espino y centinelas en tierra... y perros
guardianes. Yo me haba entrenado con tales perros; no deseara ni a mi peor enemigo el
tener que enfrentarse con ellos.
Pero Mxico estaba simplemente demasiado lejos. Si ella emprenda la huida hacia el
sur probablemente sera arrestada en veinticuatro horas. Nadie dara cobijo a una Virgen
renegada; bajo la inexorable regla de la culpabilidad social, cualquier buen samaritano
sera tan culpable como ella del mismo delito de traición personal hacia el Profeta, y
sufrira el mismo tipo de muerte. Ir hacia el norte sera al menos ms corto, aunque
significara el mismo proceso de viajar de noche, esconderse durante el da, robar comida
o pasar hambre. Cerca de Albany viva una ta de Judith; ella estaba segura de que su ta [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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