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abra en la pared ms all de la plataforma, rela-mindose de gusto cuando les mostró los cofres
asegurados con bandas de hierro, colocados a ambos lados de la caverna que se asemejaba a un tnel.
-He aqu un rico cargamento -dijo despreocupadamente-. Sedas, encajes, trajes, ornamentos, armas...
el botn de los mares del sur. Pero el verdadero tesoro se halla detrs de esa puerta.
Las macizas jambas estaban entreabiertas. Conan frunció el ce o. Recordó que las haba cerrado
antes de abandonar la caverna. Pero no dijo nada a sus vidos acompa antes cuando se hizo a un lado
para dejarlos pasar.
Pudieron ver una amplia caverna alumbrada por un extra o resplandor azul que se vislumbraba a
travs de la bruma. En el centro de esta haba una larga mesa de bano, y en una silla ta-llada de
respaldo alto, que anta o poda haber pertenecido al castillo de algn barón zingario, se sentaba una
figura gigan-tesca y fantstica. All estaba el sanguinario Tranicos, con la enorme cabeza hundida en
el pecho y sosteniendo una copa en la mano... Tranicos, con su brillante sombrero, un manto bor-dado
en oro que tena joyas por botones, sus botas vistosas y su tahal dorado, y que llevaba en la otra mano
una espada cuya empu adura, llena de piedras preciosas, sobresala de una vai-na dorada.
Alrededor de la mesa, y con la barbilla descansando sobre el pecho cubierto de encajes, estaban
sentados los once capitanes. El fuego azulado se reflejaba de extra a manera sobre ellos y so-bre su
gigantesco almirante. Surga de la enorme joya -colocada sobre un peque o pedestal- y se reflejaba
sobre el montón de gemas fantsticamente talladas, que arrojaban destellos de fuego delante del
asiento de Tranicos. Eran el producto del saqueo de Khemi, las joyas de Tothmekri! Aquellas piedras
tenan un va-lor superior al de todas las joyas del mundo juntas!
El fulgor azul haca que los rostros de Zarono y de Strom-banni parecieran lvidos. Por encima de sus
hombros, los su-bordinados observaban estpidamente.
-Entrad y apoderaos de ellas -invitó Conan, ponindose a un lado.
Zarono y Strombanni corrieron vidamente, empujndose el uno al otro con las prisas. Sus
acompa antes los seguan de cer-ca. Zarono abrió la puerta de par en par... y se detuvo con un pie en el
umbral al ver un cuerpo en el suelo, que antes no ha-ba visto por estar la puerta semicerrada. Se trataba
de un hom-bre que yaca plido, con la cabeza echada hacia atrs, mostran-do en su rostro un rictus de
agona.
-Galbro! -exclamó Zarono-. Muerto! Qu...? Con una repentina sospecha, pasó la cabeza por el
umbral. Luego retrocedió y gritó:
-La muerte est en la caverna!
Mientras lanzaba ese alarido, la bruma azul se arremolinó y se condensó. Al mismo tiempo, Conan se
abalanzó sobre los cuatro hombres api ados en el portal y los hizo trastabillar, pero no consiguió
meterlos de cabeza en el interior de la oscura caverna. Sospechando una celada, se apartaban del
hombre muer-to y del demonio que se materializaba. A pesar del violento em-pujón que les hizo
perder el equilibrio, Conan no obtuvo el re-sultado deseado. Strombanni y Zarono cayeron al suelo en
el um-bral, el contramaestre tropezó con las piernas de ste y el verdugo hizo una carambola y chocó
contra la pared.
Antes de que Conan pudiese llevar a cabo su despiadado plan de hacer entrar a puntapis en la caverna
a los hombres cados, cerrando despus la puerta y permitiendo que el mons-truo sobrenatural que
estaba en ella terminase su mortfero tra-bajo, se vio obligado a defenderse de la violenta embestida
del verdugo, que fue el primero en recuperar el equilibrio y el sen-tido.
El cimmerio se agachó, y el bucanero erró el tremendo gol-pe que le daba con el alfanje. La ancha
hoja, al chocar contra la pared, hizo saltar chispas azuladas. En menos de un segundo, la siniestra
cabeza del verdugo rodaba por el suelo de la caver-na, cercenada por el alfanje ms certero de Conan.
En los escasos segundos que duró todo esto, el contramaestre volvió a ponerse en pie y atacó al
cimmerio con el alfanje, ases-tndole golpes que hubieran terminado con la vida de un hom-bre
menos fuerte. Los alfanjes chocaban estruendosamente en la estrecha caverna.
Mientras tanto, los dos capitanes, aterrados ante el descono-cido peligro que amenazaba en su interior,
se alejaron del portal a tal velocidad que el demonio no llegó a materializarse ntegra-mente antes de
que consiguieran escapar del permetro mgico, ponindose fuera de su alcance. Cuando finalmente
pudieron incorporarse y desenvainar sus espadas, el monstruo haba vuel-to a difuminarse, y se haba
convertido en un vaho azul.
Conan, que luchaba violentamente contra el contramaestre, redobló sus esfuerzos para liquidar al
adversario antes de que acudieran en su auxilio. Ante las feroces embestidas del cimme-rio, el hombre
se cubra de sangre a medida que iba retroce-diendo y clamaba por sus compa eros. Antes de que
Conan pudiera asestarle el golpe final, los dos jefes se le echaron enci-ma con la espada en la mano,
llamando a gritos al resto de sus hombres.
Conan retrocedió de un salto, y se dirigió a la plataforma. Aun cuando se senta perfectamente capaz
de enfrentarse a los tres hombres juntos -todos ellos afamados espadachines-, no deseaba ser atrapado
por la tropa que cargara sendero arriba al or el ruido del combate. Sin embargo, los otros no llegaban
con la celeridad que ha-ba esperado. Estaban desconcertados por los ruidos y los gritos apagados que [ Pobierz całość w formacie PDF ]